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Germán Restrepo
"Tomé un avión y me fui a Madrid a buscar los libros"

TEXTO: VERÓNICA ELIZONDO
FOTOS: PABLO HASSMANN

Mayo de 2020

Germán Restrepo Lucena es colombiano, hace quince años que vive en la capital alemana y diez años que montó con mucho coraje un experimento: una librería de libros usados en español. Su comienzo fue en la mítica Kunsthaus Tacheles de Mitte. Nueve mil metros cuadrados de estudios, talleres, galerías y, en el rellano de la escalera, el mesón de libros de Germán. A lo largo de toda una década el experimento cambió de formatos. Hoy en día, La Escalera es una boutique de libros y espacio de encuentros en el encantador barrio de Prenzlauer Berg.

Germán nació en una casa de campo en la ciudad de Pereira en 1949. Su madre, ayudada por la partera y su esposo, parió un niño de casi seis kilos. Según el recuerdo materno, Germán vino al mundo una noche de tempestad. Ese primer relato de vida puede haber pre-anunciado una agitada vida signada por los viajes, las lecturas y los vínculos.

Su familia paterna era dueña de uno de los periódicos más conocidos de Colombia. Gracias a las tertulias organizadas por su tío, el periodista Camilo Restrepo, Germán conoció en su juventud a los personajes de la escena cultural colombiana: poetas, directores de teatro y artistas plásticos. Las conversaciones eran de gran nivel y esos encuentros eran una usina de revelaciones y curiosidades para él.

Tal vez en esos encuentros creció en Germán la curiosidad por conocer y salir al mundo. Abandonó el bachillerato para vivir con los indios en las Sabanas Orientales de Colombia, se casó y fue padre muy joven. Vivió y ejerció como maestro en diferentes pueblos de Colombia. Cuando supo que su relación estaba terminada decidió buscar otros horizontes. Antes de llegar e instalarse en Berlín, vivió en Brasil, Italia, Francia y Venezuela. Trabajó como redactor, artesano, comerciante y hasta changarín. Cruzó el Amazonas y vio de cerca el Annapurna. Es difícil resumir sus vivencias porque todas y cada una me invitan a pensar la tranquila vida entre libros de Germán en Berlín.

¿Cuándo decidiste que te irías de Colombia?

Desde niño supe que quería conocer el mundo, bueno, me quería ir de Bogotá. A los dieciséis años murió mi padre, abandoné el bachillerato y me fui a vivir con los indios en las sabanas del Orinoco colombiano. Al tiempo decidí adentrarme más en la profunda Colombia, caminé hasta el Vichada. Recuerdo que llevé dos libros, Humano, demasiado humano de Nietzsche y una antología de poetas colombianos. Tenía el dato de un proyecto agrícola y científico llamado Gaviotas. Cuando regresé de ese retiro de un año, tenía el cabello largo, caminaba descalzo y traía una boa de tres metros en un saco. Siempre me agradaron los reptiles.

Asistí a un colegio de interno y junto con algunos amigos participábamos de los almuerzos del sábado en casa de mi tío Camilo. Consistían en tertulias organizadas con diferentes personalidades del mundo de la cultura de Colombia. Ese contacto con el arte y la cultura me gustaba muchísimo.

Hay un vínculo cercano entre tu tío, las tertulias y La Escalera, ¿puede ser?

Mi tío Camilo era periodista, un humanista y se convirtió en mi tutor cuando mi padre murió. Él coordinaba la revista Cromos, importaba y distribuía para todo el país los más importantes magazines como Times, Reader’s Digest, Vogue, Life, entre otros. Su biblioteca era impresionante. Ahí aprendí a amar a los libros.

Luego conocí a quien sería la madre de mi hijo. Nos fuimos a vivir a un pueblo viejo, Suba, entonces cerca de Bogotá. La economía familiar nos obligaba a comer verduras de estación y leche de los tambos del lugar. Tengo recuerdos bonitos de esa época en el campo. El sonido de los pájaros, grillos y la noche en el bosque. Cuando se terminó el periodo en Suba ya había nacido Simón y decidimos irnos a Cartagena de Indias. Trabajé como maestro en un pueblo cercano en el marco del proyecto “Colegios cooperativos”. En ese lugar me enfrenté a la corrupción y fui amenazado por el personal que manejaba los fondos del programa. Debido a los problemas fui re-ubicado como maestro en Cartagena junto con mi familia. Pero ya la relación con mi esposa estaba terminada. 

librería La escalera
colombianos en Berlín
libros de La escalera
libros de La escalera

“Cuando regresé de ese retiro de un año, tenía el cabello largo, caminaba descalzo y traía una boa de tres metros en un saco.”

literatura en español en Berlín
literatura en español en Berlín

¿Volviste a Bogotá?

Cuando mi familia se rompió caí en depresión y tardé bastante tiempo en salir adelante. Volví a la universidad y tomé algunos seminarios de oyente en la carrera de antropología. Luego de un año, entre 1974 y 1975, regresé a Suba, que se encontraba en el auge de intelectuales, artistas y curiosos. Escribía y hacía artesanías de cuero. Nunca publiqué, escribía para mí y mis amigos cosas muy locas. Recuerdo que cuando sentí que mi proyecto se terminaba en Suba, una amiga me preguntó por qué no me iba de Colombia. Ella misma me sugirió Brasil. Y en el año 1976 cerré mi etapa de artesano y poeta y me fui a vivir a Brasil. Mientras viví allí pude recorrer y conocer casi toda América del Sur.

¿Cómo fue la vida en Brasil?

Contacté un familiar que tenía un hotel a las orillas del río Amazonas, en Leticia, cerca de la triple frontera entre Brasil, Perú y Colombia. Yo quería trabajar como guía turístico y hasta hice varios tours por la selva amazónica. Dormíamos todos en un salón grande con hamacas, conocí gente de todas partes del mundo.

Terminé mi trabajo en el hotel y continúe viaje hacia Manaos. Me embarqué en un barco comerciante en el que oficié de changarín o peón. El viaje duró dos semanas porque parábamos de tambo en tambo intercambiando productos. Llegué a Manaos con una costilla rota. La ciudad era bastante extraña, los teatros, las bibliotecas, los museos con toda la historia del caucho… La cosa de lo más exótica que te puedas imaginar.

Volví a tomar un barco hasta Santarém. Allí comienza la Perimetral Norte que bordea el Amazonas. La ruta atravesaba varias zonas bastante peligrosas, como Serra Pelada, que en esa época era el boom de la mina de oro. ¡Algo dantesco! Era un socavón gigantesco, los hombres sacaban el mineral en canastos. Yo hacía autostop en las gasolineras y hasta dormía en varias. Me llevaron a Altamira, y desde allí a Brasilia. Yo tenía la esperanza de contactar a la embajada de Colombia. Un camionero me acercó a Brasilia, durante el camino el conductor me pedía que le hable y le contara cosas para mantenerlo despierto. Antes de llegar me confesó que era policía y que estaba persiguiendo a los guerrilleros que se ocultaban en la zona. Se despidió de mí con la frase: “Ve con Dios, que aquí al gobierno le gustan los hippies”.

En el último tramo, me llevaron unos militares de alto rango. Durante los 100 kilómetros que llevaban a la ciudad, me fueron explicando sobre el origen de Brasilia, la arquitectura, etcétera. Muy diferente del resto de los militares que yo conocía. Viví tres años en Brasil, uno en Salvador de Bahía y dos años en San Pablo.

Salvador era el paraíso; su música, el clima, la playa y la gente amable. Me instalé en una comunidad hippie llamada Arembepe. Luego me mudé a Embu, en el estado San Pablo, un pueblo de artistas y artesanos. Había ferias y personas de todos lados, en especial exiliados de las dictaduras, tupamarus, argentinos y chilenos. Me dediqué al comercio de artesanías en las ferias, como el ñandutí [artesanía paraguaya], entre Paraguay y Brasil. Tengo muchas anécdotas de esa época. Conocí mucha gente y establecí vínculos que mantengo hasta ahora. Guardaba en una libretica con los nombres y las direcciones de las personas.

libros de segunda mano en Berlín
Germán Restrepo
librería La escalera
libros de segunda mano

¿Cuándo decidiste venir a Berlín?

En 1979 me mudé a Europa. Una pareja de amigos romanos me invitó a Italia. Corrado y Lidia tenían un departamento en el barrio Testaccio, en Roma, y una casa en Calcata. Este era un pueblo semi abandonado de la zona etrusca que fue recolonizado por artistas, hippies, gente de la farándula. Yo vivía entre esas dos casas. En Roma colaboré en el periódico de izquierda Lotta Continua, recuerdo que escribí un artículo sobre la guerra de la marihuana en Colombia: “Y en Colombia la marimba está militarizada”. Publicaron ese artículo y me pagaron con un pasaje a Berlín. Mi amigo Corrado viajó en mi lugar a la capital alemana y regresó muy impactado. Nos echó el cuento de la ciudad destruida, de cómo era el ambiente allí. Yo me quedé muy impresionado, pero nada. Ese fue mi primer contacto con Berlín.

El trabajo precario en Roma me agotó y decidí mudarme a París en 1980. Era una ciudad impresionante para mí. Tuve una novia y entre ciudad y ciudad me fui quedando. Decidí regularizar mi situación, regresé a Bogotá y tramité una visa de estudios. Comencé estudiando francés y, gracias a un amigo camarógrafo, encontré un trabajo de vacataire en Panteón París 2. El trabajo consistía en asistir a los nuevos estudiantes, revisar sus papeles y dar orientación en la facultad de derecho de la Sorbona. Venía gente de todo el mundo. Me matriculé en la universidad por recomendación de mi jefa. De esa manera, mi situación legal en Francia cambió y comencé la carrera jurídica. El derecho constitucional y la filosofía del derecho me fascinaron, pero el resto no, nada. Además, yo tenía una vida muy disipada afuera. Viví en la periferia con un alquiler muy bajo (200 francos) que se pagaba cada tres meses en una casa semi ocupa. Viví en Francia hasta 1987 y luego regresé a Colombia.

¿Cuándo fue tu primera visita a Berlín?

En cuanto a mi primera visita a Berlín, pues fue un poco casualidad. Luego de haber dejado Europa por dieciocho largos años y de estar viviendo en Colombia, decidí regresar para visitar a mi hermana en Madrid y a los viejos amigos en París. Por alguna razón, mi billete aéreo me permitía llegar hasta Frankfurt y por eso decidí visitar Berlín por una semana, me quedé en la casa de una amiga recién instalada en la ciudad. Era el verano del 2003. La ciudad me sedujo al instante de una manera familiar y lejana a la vez; las ruinas del pasado viviendo en el futuro; sus calles anchas, medio vacías y a veces desoladas; sus puentes viejos en funcionamiento; el ritmo lento de la gente, su informalidad y extravagancia; la ausencia de lujo y convencionalismos… Entonces podías atravesar de una calle a otra a través de los patios de las casas porque muchos portales de los edificios permanecían abiertos, entrabas y descubrías un mundo encantado y secreto.

Conocí a Sabine un día antes de dejar la ciudad, en una despedida organizada en un club clandestino, un sótano donde llegabas después de atravesar las ruinas de un edificio bombardeado durante la guerra. Descendías por una escalera pequeña hasta un local lleno de gente, música y baile. Éramos un pequeño grupo de doce personas y Sabine vino invitada por una amiga alemana en común. Al final de la fiesta sólo quedamos cuatro y luego dos, así que nos fuimos juntos a su casa. Ella era un poco punk y nos gustamos mucho, yo partía unas horas después y pensé que sólo me quedaría un buen recuerdo. Pero la historia continuó.

libros de segunda mano en Berlín
libros de segunda mano en Berlín
libros de segunda mano en Berlín
libros de segunda mano en Berlín

Mantuvieron la relación a pesar de la distancia…

Sí, mantuvimos el contacto. Sabine viajó a Colombia a visitarme y, al final, decidí mudarme a Berlín. Nos casamos.

Uno se mueve por amor.

Y desamor…

¿Como nació el proyecto La Escalera?

En el 2009, cuando murió mi madre, tomé conciencia de que yo vivía en Berlín. Durante los primeros años en la ciudad viajaba periódicamente a Bogotá para cuidarla mientras ella estuvo enferma. La casa de mi madre era mi punto de referencia, allá estaba mi cuarto con mis cosas. Tú sabes, una vez que muere tu madre… ¿Qué hacer? Ya estoy aquí, en Berlín, es un hecho. Mi intención era trabajar como profesor de español aprovechando mi experiencia, pero las condiciones de la ciudad eran muy diferentes a las de ahora. No había demanda.

Traté de ganarme la vida haciendo diferentes cosas, vendí empanadas, costura, qué no hice…

En una ocasión, en Madrid, el marido de mi hermana con el que siempre compartíamos libros y recomendaciones, me llevó a Majadahonda, cerca de Madrid, y me dijo: “Mira, yo te voy a enseñar un negocio que tú deberías hacer en Berlín. Tú eres un buen conversador, te gustan los libros, te gusta la gente”. Y me llevó a una librería de usados en el pueblo, con unas mesitas en la puerta. Había unos señores bebiendo martinis, leyendo, y la dueña, una señora muy tranquila. Y pensé “Por qué no”. Y así fui armando la cosa. De todas maneras, era una inversión y no tenía plata, tenía muy poca. Y busca y busca y no daba. Un día vino un amigo italiano de Palermo y estábamos ahí sin programa en pleno invierno. Le dije, ven, te muestro un sitio curioso.

¿El Kunsthaus Tacheles?

El Tacheles. Hacía mucho frío y estábamos en el patio con los escultores italianos. Hablamos con ellos y entonces les preguntamos dónde se podía tomar un café. Y nos indicaron el local de Victoria Prieto, la Vicky. No había café, pero nos tomamos una cerveza con ella. Allí le planteé mi idea de abrir una librería y ella me propuso abrirla en su galería. Ella me orientó, me contó que en el tercer piso del Tacheles estaban los artesanos y los latinos. Tenían un salón enorme. Y era un ambiente de tipos que habían viajado, vendían en ferias como yo hice en mi vida. Mientras tanto hablamos con Vicky sobre la librería y no nos pusimos de acuerdo en los horarios. Entonces pensé en el rellano de la escalera del segundo piso, que era más tranquilo y daba al estudio de dos colegas, Víctor Landeta y José Uré. Había un puente peatonal que daba frente al arco que llevaba al cine y al fondo estaba el estudio que daba a la calle. Víctor y José apoyaron la idea de instalar la librería en ese lugar. Hablé con todos y les conté del proyecto. Mostraron su entusiasmo y hasta manifestaron que una librería era lo que hacía falta en el Tacheles, una librería en español. Me aceptaron.

Había un locker lleno de formas de yeso que desocupé para guardar los libros, encontré un bastidor grande de madera firme que coloqué sobre dos caballetes y quedó un mesón. Tenía una tela muy bonita roja con la que cubría la madera.

Germán Restrepo
Germán Restrepo
patios del Kopenhagener Kiez
patios del Kopenhagener Kiez

“La lectura tomó el puesto de mis viajes. Me la paso entre laberintos de palabras, de historias ajenas y la rutina entre mi casa y la librería.”

Germán Restrepo en el Kopenhagener Kiez
edificios en Kopenhagener Kiez
edificios en Kopenhagener Kiez

¿Y cómo la montaste?

Tomé un avión y me fui a Madrid a buscar los libros. Hice una razia, compré mil libros, los empaqueté y los envié en un camión a Berlín.

Llegaba al Tacheles por la mañana, sacaba los libros de los lockers, los colocaba en el mesón y, por la tarde cuando me iba, guardaba todo. Recuerdo el primer cliente que me compró un libro. Un ruso se llevó un libro de Mishima. Él estaba contento de encontrar el libro en español y yo también. Mi primer libro. Y seguí ahí por tres meses hasta que Víctor, que compartía el estudio con José, decidió irse de Berlín. Entonces hablé con ellos y nos pusimos de acuerdo. Alquilé la parte del atelier de Landeta, hicimos su despedida, vinieron muchas personas y amigos. Y en ese espacio me quedé hasta que el Tacheles cerró.

¿Y vendías libros?

Muchos turistas compraban libros, en especial los españoles, que les llamaba la atención encontrar una librería de usados en español en ese lugar. Insólito. Yo vendía todos los libros a un precio único, cinco euros. Esa era mi idea, vender, vender cantidades. Vender indiscriminadamente. Para mí el Tacheles era un experimento. Quería saber si podía funcionar.

Todos pasaron por ahí, Pepe Pizzi, los bibliotecarios del Instituto Cervantes, Juan Pedro, todos. Querían saber qué curiosidades podían encontrar en la librería. El Kunsthaus era una fábrica de locura y creatividad. Vieras tú las jam session…, venían de todo el mundo a tocar al Tacheles. Los grafitis en las escaleras, cada semana cambiaban las ilustraciones. Era impresionante la vida que tenía ese lugar.

¿Cuándo te diste cuenta que todo eso se iba a terminar?

En el 2011 comenzó el ataque de los banqueros, de los abogados y de las compañías de seguridad privada. Querían desalojarnos. El banco, que era el dueño del lugar y había hecho el contrato por diez años con la Verein [asociación] de artistas años atrás, quebró con la crisis del 2008. Ellos pagaban un alquiler simbólico de casi un euro al mes.

¿Un euro al mes? ¿9.000 metros cuadrados por un euro al mes?

Ellos hacían una inversión a largo tiempo porque veían que Berlín se iba a desarrollar, pero en ese momento no era la ciudad que es ahora. El contrato terminaba justo en el 2009. Al quebrar y declararse insolvente pusieron en venta el inmueble. Pero nadie quería comprar el Tacheles mientras los artistas estuvieran allí. 

Había grandes inversores detrás de esa compra haciendo presión. Entonces, la estrategia primero fue ofrecer dinero. Llegaban los abogados con maletines a los estudios con seguridad privada. Ofrecían dinero. Cuando me tocó a mí, les pregunté quiénes eran, por qué estaban aquí si el edificio era del Estado. Se molestaron y se fueron. Pero volvían, porque eran como cincuenta estudios para negociar. Luego metieron presión a la fuerza. Contrataron un grupo de seguridad tipo Hell Angels, vestidos de negro, acorazados y en motos. Llegaban en grupo a meter terror, había combates con la gente de ahí. Mientras tanto, iban comprando galerías y estudios. Poco a poco se fueron apropiando de todo. Y al final nos cortaron el agua.

Para mí el Tacheles era una casa que daba albergue a los artistas, pero por un tiempo. No se pueden quedar toda la vida porque sino ¿qué?, ¿y los otros? Perdía su esencia. Había unos que ya se habían apoderado de allí y no se movían. Cuando se iban, cerraban por años el estudio y regresaban sin más. Todo se corrompe al final. Para mí era claro que yo no iba a quedarme ahí todo el tiempo. Era la experiencia, el experimento de ver si funcionaba una librería. Yo sabía muy bien que tenía que irme de ahí y dar un paso para abrir una cosa más normal, que fue lo que hice o intenté.

Entonces…

En el 2012 me asocié con tres hermanas catalanas y abrimos cerca de Warschauer Strasse la librería con servicio de cafetería. En un comienzo nos fue muy bien porque el lugar estaba en auge, venían familias y estudiantes a tomar y comer… Pero con el tiempo el concepto se desvirtuó. Fue una situación muy complicada, la sociedad se rompió en malos términos. Al siguiente año, fuera del proyecto, mirando el techo, caí en depresión y me comí los nervios. Sabine me ayudó y entusiasmó para continuar con la librería. Buscamos un lugar y encontramos uno cerca de casa. En marzo del 2014 abrimos La Escalera en la calle Kopenhagener 73, en el segundo patio.

¿Qué actividades sumó el nuevo espacio (talleres, club de lectura, club de debates)?

En el 2015 comenzó a frecuentar La Escalera el escritor y abogado José Luis Pizzi. Con el paso del tiempo, se fue incorporando en las actividades de la librería. Principalmente, él organizaba reuniones literarias y otros eventos sociales. Su carisma contribuyó a que La Escalera se hiciera más conocida y se constituyera en un punto de referencia de la escena hispanohablante berlinesa. Quiero expresar aquí mi reconocimiento a su labor.

Luego de tantas aventuras, ¿cómo es hoy tu vida entre libros?

Llevar una librería de usados en español en Berlín es, en cierta forma, un contrasentido. Las librerías del usado se nutren de libros que la gente descarta, pero en este caso pocos son los libros que se descartan en español en la ciudad. Por lo tanto, la selección y adquisición de libros es una tarea laboriosa. Yo escojo libro por libro cuando viajo a España. No trabajo con las editoriales ni con los bestseller.

En lo personal, la lectura tomó el puesto de mis viajes. Me la paso entre laberintos de palabras, de historias ajenas, y la rutina entre mi casa y la librería. Las noticias del mundo me llegan a través de los visitantes de La Escalera, con quienes entablamos largas e interesantes conversaciones.

Puedes ver el catálogo de la librería La Escalera en su web o comunicarte a través de su página de Facebook

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