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Patokai_201909_©pablohassmann_©magma-13
"Empecé a sentir que no curaba a las personas"

TEXTO: KAREN ALMENDRA BYK
FOTOS: PABLO HASSMANN

Octubre de 2019

Pato Vallarino nació en Buenos Aires en 1981 como Patricio y muchos lo conocen además con el nombre de su banda solista, Patokai. Estudió medicina y ejerció como médico más de diez años en Buenos Aires. Completó su formación con un posgrado en nutrición vegetariana y, hace poco más de un año, decidió colgar por un rato el estetoscopio y cruzar el océano hacia Berlín. Acá es músico underground y un prolífico productor de eventos y shows musicales, con un perfil de Facebook en constante actividad.

Su música resulta inseparable de su performance estética cargada de retro-futurismo y cierta actitud punk, como él mismo explica. Trajes que resuenan a películas de ciencia ficción y una música pop-electrónica con letras que llaman al disfrute y el presente aparecen a lo largo de sus canciones y performances. El video de “Comunión de placer” ilustra muy bien el universo Patokai, esa utopía de hedonismo y sensualidad como vía de escape de un mundo de estrés. Además de compartir escenarios con artistas como Javiera Mena, Crystal Castles y Vive la Fête, Pato creó el sello Central Eléctrica Discos, desde donde publica sus discos propios y a otros artistas.

Nos encontramos en la parte de abajo del Urban Spree, un camino de vías abandonadas ahora repleto de bares. El encuentro iba a ser en su casa, pero unos días antes me escribe un whatsapp: “Me invitaron ese día a un recital, ¿vamos? Me preguntaste por mi hábitat natural y, para mí, mi hábitat natural es el social”. Aunque el ruido y la gente me preocupan, la idea va en línea con la propuesta que le hice de que me presente un poco de su mundo. Así que acepto. Nos encontramos unas horas antes del recital y me preocupa un poco dónde comer: sé que la alimentación es importante para Pato y no quiero proponer algo que le parezca poco sano. Elegimos un puesto de comida india con opciones vegetarianas, nos sentamos sobre unos bancos de madera y empezamos a conversar usando todos nuestros modismos porteños, como esto de llamar viejos a los padres.

¿Siempre quisiste ser médico?

Gran parte de mi familia está metida en salud: mis viejos y mi abuelo médico, mis tíos odontólogos… Desde que iba al jardín ya decía: “Soy el doctor Vallarino”, ya de chico iba a visitarlos al hospital. Tenía naturalizadas muchas cosas, mis viejos eran mis role models. Igual ellos no querían que sea médico, sino que haga algo con computación o con biomedicina.

Estudié medicina y me gustó como carrera. Después hice la residencia en el Sanatorio Méndez, que queda en pleno [barrio de] Caballito y depende de la Obra Social del Gobierno de la Ciudad. Los primeros dos años de la residencia me dediqué a eso,  vivía metido adentro del hospital. Hice primero la especialización en clínica médica porque quería ver al paciente de una manera más global. Quería ser infectólogo. Pero me choqué con el sistema de salud y se me fue la magia. Entendí que la industria de la medicina alopática actual está alineada con la industria farmacéutica. Los laboratorios son los que te bajan línea. “Este medicamento es el mejor que hay, lo muestra este estudio que hicimos nosotros”, te dicen. 

¿Veías una tendencia a la sobre medicación?

Veía un adoctrinamiento de laboratorios y de universidades: te bajan línea porque es la información que más pesa. A mí me hablaban de ese tipo de medicina, ni de medicina ayurvédica, ni de antroposofía, ni medicina tradicional china ni naturista, que son mucho más viejas que la medicina de ahora y que se siguen usando con buenos resultados. La gente también está entrenada así. Tenía pacientes que me decían: “¿No me vas a recetar nada? ¡Ni me trataste!”.

“La parte musical la relaciono
con otra cosa, como un salón de juegos,
algo hiper placentero.”

¿Hubo algo que te haya hecho desencantarte o fue progresivo?

Muchas situaciones fueron progresivas. Veía gente internada a la que le daban el alta y al toque venía de vuelta. Empecé a sentir que no curaba a las personas. A veces tenía que ver con que ya estaban muy hechas mierda, pero no hay una línea de cuidado real. Yan, mi compañera, está armando ahora una plataforma online de coaching en alimentación. Tiene que ver con enseñarle a la gente a cuidarse la salud: no te dice solamente que tenés que comer más vegetales, te enseña a comprarlos, a cocinarlos… Como si fuese una receta para un medicamento pero explicando cómo comer.

Yo trabajé mucho en Emergencias, casi diez años. Era muy intenso porque el sistema tenía un montón de fallas y yo era la cara visible de ese sistema. Tuve muchas situaciones de violencia. En una de ellas, un familiar de un paciente al que estaba atendiendo se enojó conmigo y me encerró en un consultorio de dos metros. Me puso contra la pared y me agarró del cuello. Eso fue un detonante importante. Después de eso no quería trabajar más ahí de médico. Me empecé a replantear todo, ¿creo en esto que estoy haciendo?

¿Cómo fue tu vínculo con la música a lo largo de esos años?

Estuvo siempre. Desde los ocho años tengo inquietudes respecto a la música. Siempre estaba queriendo hacer ruido, tocar algo, ver a alguien que tocaba. Desde chico me encantaba preguntarle a mi vieja qué escuchaba ella. Me regaló casetes de los Beatles, Queen, los Beach Boys, cosas así. Cuando tenía ocho años fuimos a comer a la casa de unos amigos de mis viejos. Ellos tenían un piano y yo me puse a jugar. El dueño de la casa me escuchó y reconoció una melodía de los Beatles; le dijo a mis viejos que tenía oído y que me lleven a aprender algún instrumento. Ahí empecé a estudiar guitarra con la prima de él. Era profesora de música en el conservatorio, entonces estudiábamos más que nada música clásica y folklore. Me terminé aburriendo y dejé, pero seguí tocando por mi cuenta. Me acuerdo de comprarme un cancionero de Nirvana, de esos típicos de las tiendas de revistas. Tenía una guitarra eléctrica y empecé a practicar acordes punks. Ahí conseguí hacer clases con otro profesor que me llevó un poco más al lado del rocanrol y me proponía preparar temas y salir a tocar.

¿Podías hacer las dos cosas al mismo tiempo o sentías que tenías que elegir uno de los dos caminos?

Siempre estuvieron a la par. Desde los once años siempre tuve bandas. Primero una en la que hacíamos temas de los Beatles, después otra tributo a Guns N’ Roses. Otra se llamó Don Horacio, una banda de new metal. Ahí nos vio Román, un productor que ahora vive en Berlín y fue mi primer contacto con alguien que viene y te dice “Qué buen tema este”. Nos grabó en casete y lo trabajó después en la computadora, nos propuso algunos cambios para la banda (empezando por el nombre): nos produjo. Esa banda se llamó Neokai, el origen del apellido Kai en Patokai. Ahí ya estaba haciendo carrera.

Yo no vengo de una familia de artistas entonces nunca tuve role models en eso. No sabía cómo hacerlo ni cómo llevarlo adelante, tampoco tenía a alguien a quien preguntarle o ver su vida e imaginarme ahí.

Cuando terminé la residencia en 2010 y empecé a trabajar en Emergencias fue cuando más crecí como músico. Hacía una guardia de veinticuatro horas por semana y quizá algún otro trabajo más chico, pero lo que la gente suele hacer de lunes a viernes de 8 a 12 yo lo concentraba en un solo día. Y después me quedaba casi toda la semana para mí. Ahí empecé a tocar un montón en vivo, a organizar eventos, a armar un sello…

El año pasado cambiaste al mismo tiempo de profesión y de ciudad. ¿Pensaste en algún momento ser músico allá o médico acá? ¿O estaban conectados los dos cambios?

En 2010 fuimos con Yan a España a hacer una especialización y ya teníamos la idea de mudarnos a Europa. Ella era cardióloga y quería hacer recuperación cardiovascular. Yo quería hacer tratamiento del dolor (dolor crónico, posoperatorio, por cáncer, etcétera). El dolor es algo que todo el mundo sufre y todos los médicos creen que pueden tratar por el fácil acceso a analgésicos, pero no todos los saben usar ni están bien informados. Pasamos tres meses en Barcelona y al final nos ofrecieron trabajo. Volvimos a Argentina para juntar los papeles que faltaban y en el medio España entró en crisis y desapareció la oferta de trabajo. Todo lo que tratábamos de hacer para irnos para Europa salía mal. Entonces decidimos que no era ese el momento.

Entre 2010 y 2018 empecé a tocar como Patokai. Conocí a Ernesto Romeo, un genio del cual aprendí un montón. Ahí hice el sello y empecé a tocar mucho. Me relacioné con bandas de La Plata, de Córdoba, de Rosario. Empecé a moverme mucho.

“La medicina actual es una máquina
 de crear enfermos crónicos
 y clientes de la industria farmacéutica.”

¿O sea que empezaste a cambiar de foco profesional antes de mudarte acá?

Sí. La primera vez que vinimos a Barcelona Yan me dijo “Vas a ver que nos vamos como médicos, pero volvemos como artistas”. Y pasó exactamente eso, porque ella también empezó a hacer sombreros y trabajar con diseñadores de alta costura.

En 2014 vinimos por primera vez a Berlín y nos quedamos tres semanas. Yo tenía dos fechas armadas por internet. Después vinimos dos o tres veces más. En 2016 me armé un estudio entre varios amigos en Buenos Aires, el estudio Kupfer, que sigue estando: había coworking, fotos, tatuajes… En ese momento con Yan hicimos el curso de posgrado de alimentación vegetariana, una diplomatura que salió en la Universidad de Belgrano. En principio lo hice para mí, para formarme. Yan empezó con Syncro Natural, un blog donde enseñar a la gente a alimentarse. Empezamos a querer armar algo gastronómico en el estudio pero no nos duró ni seis meses. Nos dimos cuenta de que necesitábamos mucha plata de inversión y no teníamos. Entonces, en post de hacerlo igual, nos pasó que empezamos a vivir y comer mal. Estábamos tratando de bajar una línea de bienestar y nosotros estábamos haciendo lo contrario. En 2017 nos vinimos para acá ya a ver barrios, sabíamos que nos veníamos.

¿Cómo viven la diferencia en la alimentación que existe entre Buenos Aires y Berlín? ¿Consideran que alguna de las ciudades es mejor que la otra o simplemente son distintas?

No sé si diría mejor o peor, pero sí creo que en Europa hay muchas cosas mejor reguladas y entonces hay cosas que ya no se usan: ciertos conservantes o edulcorantes que son malos para la salud y están permitidos en Sudamérica por temas de corrupción o lo que sea. La industria de la alimentación es parecida a la de las tabacaleras: tienen mucha plata y poder y están pensando en cómo hacer para que un cierto producto se compre más. En ese afán se llevan puesta a la gente. La diferencia que veo acá es que todas las etiquetas dicen qué ingredientes tiene el producto. En Argentina iba a la panadería y preguntaba si el pan tenía manteca, grasa o leche y el panadero no tenía ni idea.

Acá hay también más cultura o más años de vegetarianismo y veganismo y está más desarrollada la industria, hay más acceso. También la multiculturalidad hace que de repente tengas, por ejemplo, estos negocios de comida india [señala nuestros platos]. Es más fácil salir a comer.

En Argentina está empezando a crecer también. Aunque estaría bueno que sea por un tema de bienestar y no de moda, igual hay cada vez más oferta y ya no te matan por comerte algo vegano.

Además de tocar, muchas veces producís eventos en el ámbito nocturno, shows musicales y fiestas. ¿Qué diferencias ves? ¿Cómo lo vive el Pato médico?

No sé si lo tengo al Pato médico cuando organiza cosas [se ríe]. Acá no organicé shows para demasiada gente. De lo que es ambulancias y médicos en general se encargan los dueños de los lugares, y yo los veo bastante organizados. Berlín es una ciudad con una vida nocturna que da tanto de comer al turismo que en todas las épocas de crisis de Europa se armaron subsidios para subvencionar discotecas y lugares. No sé si eso implica que no hay peligro, porque también acá hay espacios bastante destruidos donde podés lastimarte porque hay un caño ahí, por ejemplo.

En Argentina, en la era pre [accidente fatal en la discoteca] Cromañón, he tocado y estado en lugares donde cualquiera se podría haber prendido fuego, lugares explotados de gente con reventa de entradas, donde cualquiera podía quedar aplastado. Creo que eso acá se controla un poco más.

¿Pensás en volver a ejercer la medicina acá?

Me estoy amigando un poco con la idea. Cuando Yan vino se armó esta plataforma online de coaching en alimentación para poder atender pacientes desde cualquier lugar del mundo, solo con su compu e internet. Me parece mucho más interesante apoyar un proyecto que es nuestro. Ahora estoy trabajando como servicio al cliente para Sony, todavía no estoy viviendo de los shows que hago. El otro día escuché a Henry Rollins decir que la esclavitud sigue existiendo y se llama salario mínimo. Le estoy dando mi tiempo a una de las empresas más ricas del mundo por el salario mínimo. Preferiría dar ese tiempo a un proyecto que sea nuestro y que venga con un mensaje más interesante. A mí no me interpela mucho la industria de los videojuegos, darle más vicio a los pibes.

Cuando vinimos acá me dijiste que el ámbito donde te sentías más cómodo era el social. Me preguntaba si para vos el hospital también funciona como un ámbito social. ¿Sentías esa comodidad ahí?

Es bastante raro lo que se vive en el hospital. Tiene sus cosas buenas y otras no tanto. Me gusta el contacto con la gente, con profesionales. Terminás pasando tanto tiempo ahí adentro que con algunos te amás y son como familia y con otros te odiás y te tenés que bancar igual. Pero el hospital a la vez es el símbolo del sistema de salud actual. Yo no me alejo de eso pero sí del sistema de salud en sí: hay cosas que ya no comparto. Creo que la medicina actual, por como están planteadas las cosas, es una máquina de crear enfermos crónicos y clientes de la industria farmacéutica. Mientras antes empieces a tomar medicación, mejor. Vi muchísima gente que, ante un par de registros de hipertensión, lo primero que hicieron fue recetarles antihipertensivo en lugar de cuestionarles: ¿qué estás comiendo o tomando?, ¿hacés ejercicio?, cambiemos tu dieta, veamos qué podemos mejorar. Recetar medicación sin más es tratar los síntomas, y los síntomas son la punta del iceberg de algo subyacente que puede ser miles de cosas. Tratando solo el síntoma estás metiendo el problema debajo de la alfombra. Lo que hacen la medicina tradicional china o la ayurvédica es tratar desequilibrios. No tapan solamente ese síntoma. Tenés acidez: ¿por qué? ¿Comés mal? ¿Estás estresado?

Ahora que te fuiste de ese sistema y entraste en el mundo artístico y de producción, ¿qué barreras o dificultades encontrás ahí?

Uno de los puntos más difíciles es el de poner un valor a tu arte. Para hacer lo que estás haciendo hubo un montón de preparación atrás. Si sos DJ a veces te dicen: “¡Pero si solamente venís con una compu y pasás música!”. Sí, pero en el medio estuviste mil horas escuchando y eligiendo música, aprendiendo a leer lo que necesita la gente en cada momento. Y así traspolado a todo: “¡¿Querés cobrar esa cantidad por hacer media hora de show o por hacer ese dibujo?!”. Pero bueno, le debe pasar a todo el mundo. Y claro que hay muchas otras cosas que no me gustan en el mundo de la música, veo también que hay mucha competencia no siempre sana.  

¿Creés que tu formación en medicina influye en la música que hacés? ¿Están vinculados los dos Patos o lo sentís como caminos paralelos?

Creo que están bastante influidos, sobre todo en temas de bienestar: muchas cosas que escribo tienen que ver con mantras de cosas que me quiero decir a mí mismo para trabajar algo que no me gusta y quiero cambiar.

Ahora estoy transformando mi forma de ver la medicina; la idea es poder hacerlo como algo más placentero. Vengo de un mundo en el cual trabajás para una obra social —no para vos sino para algún tipo de sistema— y siempre es medio tortura. Ya médico recibido, trabajando en consultorio, me ponían un paciente cada quince minutos, sobreturnos, terminabas tu horario y tenías dos pacientes más… Además, ¡¿qué hacés en quince minutos con un paciente?! Después la gente se enoja porque atendés rápido. Todo esto es consecuencia de aceptar este sistema. Con Yan siempre nos preguntamos cuándo perdimos esta batalla. Acá en Berlín no sé cómo es, pero no creo que mucho mejor, también te atienden rápido y son austeros.

La parte musical la relaciono con otra cosa, como un salón de juegos. Algo hiper placentero. Por eso me cuesta poner ambas cosas en el mismo lugar, pero tiene que ver con mi experiencia previa. Por ahí, si encuentro la vuelta y me armo otra realidad (como la que se está armando Yan), es otra cosa.

Y por último, quería preguntarte sobre esta idea de medicina como un camino tortuoso al que uno debe dedicarle (casi) todo su tiempo. Encontraste la manera de combinar esa vida con tu otra pasión, ¿qué consejo le darías en ese sentido a alguien que esté estudiando o haciendo una residencia?

Yo creo que tener ese otro mundo fue necesario. Pienso que, como médico, estás siempre conviviendo con el sufrimiento del otro y te afecta bastante. Por eso muchos nos ven como gente fría. Pero nadie te prepara para eso y nos adaptamos como podemos. Muchos lo hacen construyendo una coraza y no dejándose sentir para no lastimarse. Imaginate lo que es estar en constante contacto con situaciones que te conmueven. En mi primera residencia tuve momentos que me movilizaron un montón. Un viejito que venía con su mujer que estaba muriéndose, y él, llorando porque se quedaba solo. Me era inevitable ponerme en su lugar, sentir esa empatía, pero trataba de frenar y estar bien para ayudar a esa persona. Por eso creo que los médicos tienen que tener algún tipo de expresión artística, una válvula de escape donde poder expresar todo lo que sentís y las situaciones que vivís, transformar todo eso que ves. No digo ni ahí que sea malo, es reconfortante ayudar a una persona, pero en el medio se te muere un montón de gente y ves mucha gente en situaciones horribles. Hay que buscar la vuelta para canalizar y poder estar lo mejor posible y preparado para ayudar. Veo muchos médicos avocados totalmente a su trabajo a veces sin esa válvula de escape y creo que se vuelven locos. Yo trabajaba con muchos docentes y los veía re golpeados por el sistema.

Yo ya había visto a mis viejos y tenía en claro que no quería tener 40 trabajos distintos por el resto de mi vida. La gente te dice: “Estás en los treinta, esta es tu etapa más productiva de la vida, este es el momento de trabajar”. Y ¿para qué? ¿Para pasarte treinta años tratando de comprar una casa? No, yo creo que este es el momento de vivir.

Acá podés escuchar la música de Patokai. Syncro Natural | Tu Cardióloga Vegana es el coaching de alimentación que Pato Vallarino lleva adelante con Yanina Cangelosi Alba.

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